(Barcelona, 1948)
Pongo delante de mí una pintura de Josep Lluís Jubany y al momento ésta se me pone detrás y no me puedo girar para seguir mirándola. O no: soy yo quién se ha puesto delante de una pintura de Jubany, y todavía estoy ahí y me figuro que no me puedo girar para ver el reflejo del cuadro detrás de mí. O ni una cosa ni la otra; ni tampoco ninguna otra cosa. He aquí el silencio delante del arte provocado por la mudez del arte, de un arte, el de Jubany, en el que el artificio consiste en callar.
Porque Jubany, con su arte, no dice ni quiere decir nada, aunque tal vez se piensa que si quiere decir cosas. Y “se cree que quiere decirlas” significa esto, que él se imagina –solo se lo imagina- que quiere decir cosas, y, sin embargo, tal vez la verdad es que no quiere decir nada. Y los “tal vez” significan que no sabemos nada seguro. Ni él ni nosotros. Y nosotros somos este yo que escribe. Y otra vez el silencio.
El silencio delante de un arte que contiene el artificio de la mudez es un silencio necesario, deseado, para ver el reflejo de este arte. Ahora bien, ya hemos señalado que, el reflejo, no lo podemos ver, ya que está detrás nuestro y no nos podemos girar. Y si no nos podemos girar es porque sabemos que el reflejo que queremos ver no existe, y menos a nuestra espalda. Por lo tanto, esto del reflejo era una argucia retórica mía, un artificio de la escritura, puesto que sabemos que una pintura como la de Jubany, que no es reflejo de nada, o que no remite sino a si misma, tampoco puede producir ningún reflejo. Dicho sea esto a sabiendas de que subrayar esta autoreferencialidad del arte de Jubany supone elogiarlo, situarlo muy lejos de todo tipo de ilustracionismos. Por eso lo podemos calificar de arte del no-ser, de aquello que no existe fuera de si mismo.
Resumiendo: ¿qué hemos dicho hasta aquí a raíz de la pintura de Jubany?
La respuesta son estos doce puntos:
-el arte digamos verdadero es mudo,
-el arte de Jubany es mudo,
-en el arte siempre hay artificio y retórica,
-en la escritura también hay artificio y retórica,
-el artificio del arte de Jubany consiste en callar,
-el arte no dice nada (que no es lo mismo que ser mudo),
-Jubany, con su arte, no dice nada (que no es lo mismo que ser mudo),
-el artista, digamos verdadero, Jubany incluido, puede pensar que quiere decir cosas, pero de hecho, no quiere decir nada, -el arte de Jubany no remite a ninguna otra cosa que a si mismo, -ni el artista ni nadie sabe nada seguro de todo esto de más arriba, -el silencio delante de la mudez ha sido necesario para, ¡oh antilogía!, poder decir todo lo que acabamos de decir, -la retórica, en la acepción de vacuidad del lenguaje, es ineludible, incluso puede ser buena para ir iluminando materias que, de tan oscuras, ni nos habían pasado por la cabeza.
Y claro, todas estas afirmaciones y negaciones que hemos hecho son tan absolutamente discutibles que fácilmente pueden llevar a discusión sobre cualquiera de las cuestiones apuntadas.
Interroguémonos, pues, sobre el arte de Jubany. Polemicemos sobre las respuestas posibles a los interrogantes que planteamos. Tal vez la conclusión (y no hace falta que haya ninguna) será que no podemos hablar de arte sin caer en tópicos. Y no a causa de Jubany, sino de la voluntad de los que pretendemos discursear racionalmente sobre lo que no es racional, sobre el arte, sobre el arte de Jubany.
Hablemos de ello. Abordemos la retórica fútil, insustancial, de la literatura sobre arte.
Y retórica, ahora, equivale a hojarasca. Hemos intentado evitar la retórica y, de hecho, no lo hemos conseguido. Lo hemos intentado con una retórica que, paradojalmente, pretendía combatir la retórica. Son las limitaciones de la razón, del lenguaje, delante del arte, que poco tiene que ver con la razón, por no decir nada.
ARTE DEL NO SER – Carles Hac Mor